Parrot Comedy por David Ortega




Sinceramente, el tema de hoy es bastante sencillo y creo que todos sabréis de qué estoy hablando cuando digo que los padres tienden a preocuparse por todo. Y es que verdad. Mi madre, por ejemplo, me puso el nombre que tengo pues porque… vais flipar, porque nací. Y no os lo toméis de cachondeo porque si vuestras madres van por ahí poniendo nombres a cosas que no nacen, luego por ejemplo pueden llamarlas “Las tías del Exorcista” ¿no? Sin embargo, claro está, a la hora de poner nombres no siempre se decide uno en el que estén todos de acuerdo.

Mientras mi madre quería ponerme uno, a mi padre le dio por ponerme otro nombre más, ¿cómo decirlo?, único. Mi padre últimamente estaba obsesionado con los elfos y eso podría resultar bastante problemático a la hora de ponerme el nombre porque, para que os hagáis una idea, al tío de la taberna que solía frecuentar le llamaba Éldelbar. Tenía un sistema de emergencia perfecto por si acaso no se aclaraban con el nombre: se iba al armario de las especias y convirtiendo las palabras en esdrújulas quedaba un nombre flipante. Si era una niña decía “Azafránita” y si era niño “Pímenton” así que imaginaos si mi madre no le hubiera prohibido olvidarse del tema de los elfos.

Otra cosa que tenía mi madre (y las madres por aquel entonces) era que solía arreglar todo con orujo. Era una tradición que tenía su familia y que resultaba a veces bastante extraña, porque cogías y le decías a tu madre que te dolía una muela y ella te daba un chupito de orujo. Claro que, según te ibas haciendo mayor, comenzabas a pensar en cómo aprovecharte de eso que en principio era un problema. Finalmente, encontré la solución: no habré fingido yo dolores de muela. Llegaba a casa y decía “Mamá, que me duele una muela… y a mi colega dos”.

Otra cosa que tenían las madres y seguramente la sigan teniendo, era que estaban obsesionadas con la muerte. Estoy seguro de que habréis pasado por un momento en vuestra vida en la que las madres estaban obsesionadas con la muerte. Cogías un día, ibas recién levantado a beber un vaso de leche de la nevera y aparecía tu madre de la nada y te decía “¡¿Dónde vas?!¡No bebas leche fría de la nevera que te acabas de levantar con el cuerpo caliente!¡Vas a explotar!” Y entonces, claro, a ti te entraba el pánico y recordabas antiguos tiempos “Pablito, se fue del colegio, pero en realidad explotó, explotó. Seguro”

Y es que no podías bajar la guardia, porque ibas tan tranquilo andando y volvía a aparecer tu madre de la nada y te decía “¡¿Dónde vas con los cordones desatados?!¡Que te vas a caer, te vas a romper la nuca y te vas a matar!” Y es que tú saltabas. Pero ahora te paras a pensar en ¿cuántos niños han muerto por llevar los cordones desatados? ¡Cero! Al igual que gasolineras que explotan por culpa del móvil. Ce-ro. Que el otro día lo probé. Llené el depósito del coche, saqué el móvil y dije: “¡O me lo das gratis o volamos por los aires!¡Que te juro que llamo!” Y nada oye. Que no funcionó. Al final tuve que colgar porque me iba a salir la llamada más cara que el depósito.

Pero bueno, que me estoy yendo por las ramas. El caso es que todos los días mi madre buscaba en el periódico muertes de niños porque seguía obsesionada con esto de la muerte, y decía “Toma, niño muerto de ocho años. Te lo dije” Y tÚ leías el titular “Pero si ahí pone que le ha atropellado un camión” “Seguro que se estaba atando los cordones” Otra cosa que seguro que hemos hecho de pequeños ha sido mirar debajo de la cama por si estaba el coco ¿no? Claro, y si está ¿qué? No tienes un plan B tío. Tu imagínate que miras un día y sale el coco y tu “¡Ah!” y el coco “¡Ah!” y tú “¡No te esperaba!” y el coco “¿Y por qué miras?” y tú “Nada, el orujo de mi madre, que hoy me he caído en el colegio”.

Pero, esto yo creo que tengo que reconocerlo, y es que aparte de lo del coco, el mayor acto de fe que he hecho jamás ha sido subirme a un avión. Porque tú piensas que eso volará porque tendrá plumas, pero no. Es todo metal. ¿Hay algo que vuele menos que el metal? Total, que la primera que me subí a un avión con mis colegas, estábamos todos alucinando y llegábamos y decíamos “¡Avionaco!” y subíamos las escaleras “¡Escaleracas!” y veíamos a la azafata “¡Azafata!” y la azafata “Quita, no me toques. ¿Se puede saber qué haces? Siéntate anda” y tú te sentabas más tranquilo… “¡Asientaco!” y mirabas por la ventana y decías “¡Motoraco!” veías el cinturón y decías “¡¿Pero qué?!” Una cinta con un clic te salva de un accidente en un cacharro de 100000 toneladas. 

Y tú te fijabas y veías a la gente que hasta se lo ajustaba como diciendo “Yo no me la juego”. Es que eso no te lo esperas. Y llega la azafata y te dice que no te quites el cinturón hasta que no se apague la luz de seguridad y miras arriba y ves una luz de cinturón y una de prohibido fumar que nunca se apaga y que ¿no ha pensado alguien en poner una pegatina? El caso es que la luz se apaga cuando estas arriba, pero se vuelve a encender cuando hay turbulencias. Y el colega de al lado que ves que se pone nervioso y te dice “¡Pero ponte el cinturón que te vas a matar!” Espera que tú no. Lo que no sabe es que tú tienes un plan en reserva y es que tu madre está ahí abajo esperando “¿Estás bien hijo? Tú tranquilo que he traído orujo para todos” Y también sale tu padre “Pero no le des orujo. Tápales. Tápale con el Édredon”. Muchas gracias.

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También puedes visitar mi blog: AL LORO TRONCO




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