Discursos de Nacho Parra y María Jiménez Arnau para el Concurso Literario

NACHO:
Cuentan que una vez, en la isla de Chipre, vivió un rey llamado Pigmalión. Se había pasado la mitad de su vida buscando una esposa que fuera la mujer más perfecta del mundo para él. Tal era su devoción por esta mujer idílica que se pasaba los días esculpiendo sobre mármol buscando dar con su imagen. Pasó el tiempo, hasta que un día logró plasmarla sobre la piedra. Era ella, la mujer con la que había estado soñando todos aquellos años de soledad. Pese a la frialdad de su piel pétrea y sus ojos inertes, Pigmalión se enamoró de su obra, y la bautizó con el nombre de Galatea. Se pasaba las horas observándola, recorriendo cada palmo de su cuerpo, e incluso hablaba con ella. Las personas de su entorno intentaron disuadirle de que buscara una mujer real, pero él no quería cambiar a su Galatea por nadie del mundo. La gran diosa del amor y la belleza, Afrodita, que observaba con atención a Pigmalión, se enterneció por los sentimientos tan puros y bellos del rey. Mientras él dormía, entró en su alcoba y, tocando la escultura, hizo que cobrara vida. Así, cuando el rey despertó, encontró a su amada Galatea a su lado. Afrodita entonces le dijo al rey que fuera feliz con la reina de sus sueños, aquella a quien con tanto amor había plasmado y en quien tan ciegamente había creído.

Hoy en día el mundo es un lugar donde las personas creativas, con imaginación y capacidad inventiva, triunfan con su talento. Pero para que una idea llegue a buen puerto, debemos creer en ella con todo nuestro corazón, poniendo parte de nosotros mismos en ella, desnudando nuestra alma. Sin nuestra fe, si nosotros mismos creemos que nuestras ideas no merecen la pena, ¿cómo pueden llegar a los demás, cómo podrían ser válidas?

Todos encerramos dentro de nosotros mismos un gran artista. Cualquier persona tiene la capacidad de emocionar a un público entero con sus obras, a transmitir esa parte de nuestra alma con la que hemos impregnado nuestras ideas. Sólo hace falta creer en nosotros mismos, amar lo que hacemos y hacerlo con el corazón.

Como Pigmalión, yo os animo a todos a sintonizar con vosotros mismos, a sacar todo eso tan bello que guardáis dentro, todos vuestros sueños e ideas, y a mostrarlas ante el mundo, pues el mundo siempre está hambriento de fantasías y ansioso de ver a gente que cree en sí misma.

MARÍA:
Dicen que el arte es la vida pero con otro ritmo. La literatura, como todo tipo de arte, también tiene su ritmo. Es este ritmo el que nos hace celebrar días como este, el que nos reúne para ver cómo hace crecer a las personas, el ritmo que nos empuja a conocer, un ritmo sabio y ancestral que baila al pasar cada página de un libro. A mi el ritmo de la literatura, como tantas otras cosas buenas que me han llegado en la vida, me llegó con un susto. Un día, con unos once años, me di cuenta de que había momentos en los que, al leer, dejaba de ver letras y veía a cada uno de los personajes, cada cosa que pasaba, cada detalle. Me asusté, aunque parezca una tontería… Me parecía que empezaba a tener problemas de concentración, me encontraba a mi misma de repente en otro mundo, no me enteraba de lo que pasaba alrededor. Me gustaba el efecto, pero se lo conté a mi mejor amiga y me dijo que me faltaba un tornillo. Cuando ya me di cuenta de que era algo contra lo que no podía luchar, me atreví a decírselo a mi profe de lengua. Se lo solté todo de golpe porque, puestos a tener que dar demasiadas explicaciones luego, mejor le decía que había sido solo un lapsus temporal sin importancia. Pero él se rió con dulzura, me miró y me dijo: “María, no te preocupes: has aprendido a leer”.

Y me di cuenta de ese cambio, ese “algo más” que escondía la lectura. Muchas veces no nos damos cuenta de los ritmos que nos acompañan en la vida. La literatura es uno de ellos, que nos pueden ayudar, nos pueden hacer huír, nos pueden hacer llorar, nos pueden enseñar… Es una parte más de la vida. Una parte que debería llegarnos a todos. Como siempre, algo que consigue tocar el corazón de las personas será algo poderoso que tenga la capacidad de mover esos corazones. Una fuerza interna que podrá ayudarnos a llegar a lugares insospechados del alma humana. Esta fuerza, este ritmo del que hablo podemos encontrarlo también cuando nos mueve el amor. El amor, con su propio ritmo, es otra fuerza que nos rodea y que mueve los corazones. Hace poco leí una locución de Lorca. A pesar de ser de 1931, sus palabras siguen vivas y la fuerza con la que Lorca lo escribió sigue siendo la misma, porque Lorca tuvo el ritmo de la literatura en lo más profundo de su ser… Dice así:

Medio pan y un libro.

Locución de Federico García Lorca al Pueblo de Fuente de Vaqueros (Granada). Septiembre 1931.

“No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.

Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?

¡Libros! ¡Libros! He aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor’, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!’. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.”

La literatura nos llega con distintos ritmos, no está hecha solo para un tipo de persona… es lo bonito de ella, es para todos y se mantiene viva en cada uno de nosotros. Por eso debemos dar las gracias a cada persona que ha escrito para este concurso y nos han hecho sentir parte de su ritmo, a cada persona que se ha leído un libro. Gracias a cada uno de nuestros corazones invadido por el ritmo de la literatura, ella permanece, se hace fuerte y puede seguir dándonos horizontes, como decía Lorca, latiendo dentro de nosotros para seguir hacia delante en el camino de la vida.

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