Más que un viaje, una reflexión. Por Judith Ordóñez de 1º Bachillerato

Aquí estoy, sentada en la silla de mi habitación junto al radiocasete en función aleatoria. Tal vez sea hora de reflexionar. Creo que ya voy adquiriendo poco a poco la madurez que requiere una chica de dieciséis años. La madurez necesaria para darme cuenta de que esto no es una simple redacción y que aquellos dos días junto a las casas colgantes, o colgadas como lo llaman los conquenses, no fue un viaje cualquiera.

He aprendido a valorar hasta el más mínimo detalle. Creo que es la primera vez que digo esto sin querer utilizar la frase propiamente hecha. Lo digo porque es lo que siento de verdad, desde el corazón. He de admitir que gran mérito se lo debo a la filosofía. Llevo escribiendo muchos años a lo largo de mi vida, pero sin duda, mis escritos jamás fueron tan detallistas como lo son ahora.

Esto es más una valoración personal que ofrece cada uno respecto al viaje, ¿no? Pues ya que le cuento esto a un trozo de papel, y tal vez más adelante a la gente que hay tras él, seré sincera. Cuenca me abrió los ojos. Me hizo ver que los lazos que unen la joya más valiosa, que para mí es la amistad, podían estremecerse en el momento más inesperado y cambiar el rostro de la cara de la noche a la mañana. O como dice el refrán “dar la vuelta a la tortilla.” Esto me dio mucho en que pensar. Rescato una frase que seguramente será bastante reconocida por todos nosotros. ¿La gente cambia? ¿O con el tiempo te muestran cómo son realmente? Me gustaría optar por la primera opción.

Cuenca fue un viaje lleno de sonrisas, y por tanto, de recuerdos. Con unas vistas como dije, de cuento. Parecía el típico lugar del siglo pasado en el que los caballeros debían aparecer bajo el balcón de la dama a la luz de la Luna. Sin duda, esa apariencia, con el paso de los años, se ha convertido en otra muy diferente. Pero bonita al fin y al cabo.

Estoy segura de que la gran mayoría tenemos asentado el latinismo Carpe Diem. La primera vez que escuché estas dos palabras, recuerdo que tendría unos doce años. Aún no sabía si quiera lo que podría significar eso. Había escuchado algo del vivir, del disfrutar. Fue hace un año cuando realmente entendí lo que significaban estas palabras. En realidad, al principio no me parecía tan sencillo. ¿Acaso nosotros podemos decidir si vivimos adecuadamente la vida? ¿Si aprovechamos todas las oportunidades? ¿Si disfrutamos verdaderamente las cosas? Como bien me dijo un sabio conocido, para disfrutar debía sacar el fruto. Y de ese fruto, sacar provecho. Pues creo que he aprendido a hacerlo antes de lo que imaginaba, no era tan complicado: reflexiono.

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