Sinceramente, el tema de hoy es bastante sencillo y creo que
todos sabréis de qué estoy hablando cuando digo que los padres tienden a
preocuparse por todo. Y es que verdad. Mi madre, por ejemplo, me puso el nombre
que tengo pues porque… vais flipar, porque nací. Y no os lo toméis de cachondeo
porque si vuestras madres van por ahí poniendo nombres a cosas que no nacen,
luego por ejemplo pueden llamarlas “Las tías del Exorcista” ¿no? Sin embargo,
claro está, a la hora de poner nombres no siempre se decide uno en el que estén
todos de acuerdo.
Mientras mi madre quería ponerme uno, a mi padre le dio por
ponerme otro nombre más, ¿cómo decirlo?, único. Mi padre últimamente estaba
obsesionado con los elfos y eso podría resultar bastante problemático a la hora
de ponerme el nombre porque, para que os hagáis una idea, al tío de la taberna
que solía frecuentar le llamaba Éldelbar. Tenía un sistema de emergencia
perfecto por si acaso no se aclaraban con el nombre: se iba al armario de las
especias y convirtiendo las palabras en esdrújulas quedaba un nombre flipante.
Si era una niña decía “Azafránita” y si era niño “Pímenton” así que imaginaos
si mi madre no le hubiera prohibido olvidarse del tema de los elfos.
Otra cosa
que tenía mi madre (y las madres por aquel entonces) era que solía arreglar
todo con orujo. Era una tradición que tenía su familia y que resultaba a veces
bastante extraña, porque cogías y le decías a tu madre que te dolía una muela y
ella te daba un chupito de orujo. Claro que, según te ibas haciendo mayor,
comenzabas a pensar en cómo aprovecharte de eso que en principio era un
problema. Finalmente, encontré la solución: no habré fingido yo dolores de
muela. Llegaba a casa y decía “Mamá, que me duele una muela… y a mi colega
dos”.
Otra cosa que tenían las madres y seguramente la sigan teniendo, era que
estaban obsesionadas con la muerte. Estoy seguro de que habréis pasado por un
momento en vuestra vida en la que las madres estaban obsesionadas con la
muerte. Cogías un día, ibas recién levantado a beber un vaso de leche de la
nevera y aparecía tu madre de la nada y te decía “¡¿Dónde vas?!¡No bebas leche
fría de la nevera que te acabas de levantar con el cuerpo caliente!¡Vas a
explotar!” Y entonces, claro, a ti te entraba el pánico y recordabas antiguos
tiempos “Pablito, se fue del colegio, pero en realidad explotó, explotó.
Seguro”
Y es que no podías bajar la guardia, porque ibas tan tranquilo andando
y volvía a aparecer tu madre de la nada y te decía “¡¿Dónde vas con los
cordones desatados?!¡Que te vas a caer, te vas a romper la nuca y te vas a
matar!” Y es que tú saltabas. Pero ahora te paras a pensar en ¿cuántos niños
han muerto por llevar los cordones desatados? ¡Cero! Al igual que gasolineras
que explotan por culpa del móvil. Ce-ro. Que el otro día lo probé. Llené el
depósito del coche, saqué el móvil y dije: “¡O me lo das gratis o volamos por los aires!¡Que te juro que
llamo!” Y nada oye. Que no funcionó. Al final tuve que colgar porque me iba a
salir la llamada más cara que el depósito.
Pero bueno, que me estoy yendo por
las ramas. El caso es que todos los días mi madre buscaba en el periódico
muertes de niños porque seguía obsesionada con esto de la muerte, y decía
“Toma, niño muerto de ocho años. Te lo dije” Y tÚ leías el titular “Pero si ahí
pone que le ha atropellado un camión” “Seguro que se estaba atando los
cordones” Otra cosa que seguro que hemos hecho de pequeños ha sido mirar debajo
de la cama por si estaba el coco ¿no? Claro, y si está ¿qué? No tienes un plan
B tío. Tu imagínate que miras un día y sale el coco y tu “¡Ah!” y el coco “¡Ah!”
y tú “¡No te esperaba!” y el coco “¿Y por qué miras?” y tú “Nada, el orujo de
mi madre, que hoy me he caído en el colegio”.
Pero, esto yo creo que tengo que
reconocerlo, y es que aparte de lo del coco, el mayor acto de fe que he hecho
jamás ha sido subirme a un avión. Porque tú piensas que eso volará porque
tendrá plumas, pero no. Es todo metal. ¿Hay algo que vuele menos que el metal?
Total, que la primera que me subí a un avión con mis colegas, estábamos todos
alucinando y llegábamos y decíamos “¡Avionaco!” y subíamos las escaleras
“¡Escaleracas!” y veíamos a la azafata “¡Azafata!” y la azafata “Quita, no me
toques. ¿Se puede saber qué haces? Siéntate anda” y tú te sentabas más
tranquilo… “¡Asientaco!” y mirabas por la ventana y decías “¡Motoraco!” veías
el cinturón y decías “¡¿Pero qué?!” Una cinta con un clic te salva de un
accidente en un cacharro de 100000 toneladas.
Y tú te fijabas y veías a la
gente que hasta se lo ajustaba como diciendo “Yo no me la juego”. Es que eso no
te lo esperas. Y llega la azafata y te dice que no te quites el cinturón hasta
que no se apague la luz de seguridad y miras arriba y ves una luz de cinturón y
una de prohibido fumar que nunca se apaga y que ¿no ha pensado alguien en poner
una pegatina? El caso es que la luz se apaga cuando estas arriba, pero se
vuelve a encender cuando hay turbulencias. Y el colega de al lado que ves que
se pone nervioso y te dice “¡Pero ponte el cinturón que te vas a matar!” Espera
que tú no. Lo que no sabe es que tú tienes un plan en reserva y es que tu madre
está ahí abajo esperando “¿Estás bien hijo? Tú tranquilo que he traído orujo
para todos” Y también sale tu padre “Pero no le des orujo. Tápales. Tápale con
el Édredon”. Muchas gracias.
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